En las celebraciones de la Semana Santa, la lÃÂnea imaginaria que divide lo sobrenatural y lo humano desaparece y las fiestas adquieren un contenido simbólico relacionado con la perpetuación de la comunidad en el tiempo y la articulación de sus hitos identitarios. Los parámetros centrales de la celebración no cambian: culto a la primavera, a la vegetación y al fuego, personificación del dolor de la comunidad en unas imágenes dotadas de sacralidad y participación activa de toda la comunidad en el rito. La fuerza “totalizadora†de la celebración se explica por la participación colectiva y el intercambio de roles sociales que sus miembros experimentan durante los rituales. Debido a la importancia simbólica de la religiosidad “popularâ€Â, las instituciones polÃÂticas y eclesiásticas, desde las primeras manifestaciones propiciadas por el Concilio de Trento, tratan de redefinir la fiesta en función de sus intereses y convertir el rito en un medio sustentador de su poder o de su explicación del mundo.